
El Mercado de San Miguel, no es un mercado convencional, como puede apreciar cualquiera de las muchas personas que lo visitan a diario. Sin embargo, esto no siempre fue así y, de hecho, ha pasado bastante poco tiempo desde su última remodelación que afectó tanto a su estilo arquitectónico como a su idea de negocio.
En un principio, por la Edad Media, el Mercado de San Miguel no era más que un espacio abierto junto a una parroquia en la que se comerciaba con los representantes de los distintos gremios de la ciudad de Madrid. Mucho más adelante, en 1916, acabaría por construirse el mercado cerrado de hierro cuya estructura aún permanece entre nosotros. El objetivo de cerrar el habitual ejercicio mercantil que se realizaba por la plaza en un edificio fue fundamentalmente organizativo y estético.
En esas fechas, el Mercado de San Miguel era un mercado al uso en el que se vendían productos corrientes y cuya única diferencia con los mercados de los pueblos era precisamente la magnitud con la que dicho proceso tenía lugar. Acercándonos ya al presente, el modelo de negocio del mercado tradicional cayó frente al de los grandes supermercados. Asimismo, no se consideraba elegante el tener en el centro neurálgico de la capital, zona de visita de innumerables turistas, un mercado de este tipo. Por todo ello, comenzaron una serie de reformas que, finalmente, el 13 de septiembre de 2009, dieron lugar al Mercado de San Miguel como hoy en día lo conocemos.
Pero abandonemos de una vez la historia de este maravilloso edificio y centrémonos en lo que hoy en día aporta a la gastronomía madrileña. El Mercado de San Miguel, por mucho que algunos nostálgicos opinen lo contrario, ha abandonado por completo la idea de negocio de mercado tradicional para abrazar la de la gastronomía “moderna y de delicatesen”. A lo que con esto quiero referirme es a que un ciudadano corriente no iría a diario a este mercado a comprar los alimentos que precisa. Su precio es demasiado elevado y uno no siempre busca exquisiteces.

El Mercado, conserva aún bastantes zonas de venta de alimentos, típicas fruterías o pescaderías, pero que ponen a la venta productos controlados muy de cerca y de primerísima calidad. Aún así, lo que más abunda en este mercado de ensueño son las zonas de degustación de tapas y semejantes en las que, por un precio indicado (habitualmente bastante alto, cabe señalar) cualquiera puede llevarse a la boca los más deliciosos manjares.

Es importante comentar que, en el Mercado de San Miguel, no sólo se encuentran productos típicos madrileños, ni tan siquiera españoles, como podría esperarse; sino que pueden encontrarse negocios pintorescos en los que los alimentos ofrecidos al público varían desde salchichas alemanas a carne canadiense, pasando incluso por pescado japonés. Sin duda, este Mercado posibilita una experiencia gastronómica singular a aquellos que estén dispuestos a rascarse un poco el bolsillo.
Para finalizar, un recordatorio. Haced click en las imágenes para verlas en su tamaño original. ¡Muchas gracias por visitar el Blog!
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